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Cambia todo Cambia, Citadini

Cantaba Mercedes. “Todo cambia, nada es”. “Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río y en el que se baña”, decía Heráclito.

En un principio pensaba titular este artículo, El Cuento del Tío. Porque si triunfaba la revolución, o salíamos con una Constituyente Caribbean Style, quedaría en los records de Guiness como el cuento del tío más grande jamás contado. Tras el estallido de octubre, por diversas razones, la mayoría muy justas; millones de peces picaron las carnadas puestas por los timadores. Los peces que más picaron fueron los peje-cabro’ y las peje-cabra’. Ayudaron a tirar los espineles desde políticos hasta humoristas. Pero dada las actuales circunstancias no es el caso analizar el cuento ahora.

Unos días antes del ingreso del virus sostuve un diálogo con mi amigo socialista de toda la vida. La verdad, la política nunca ha sido un tema entre nosotros, pero en aquel momento caímos en la contingencia y fuimos subiendo el tono: “que los derechos humanos de los que protestan”, “que los derechos humanos de los que soportan a los que protestan”, “que las piedras”, “que las balas”, “que el dinero del narcotráfico para comprar dulces a los niños”, “que el dinero que no quieren perder los ricos”, “que el monstruo colorado de Viña del Mar”, “que los escudos metálicos de los fachos”. Finalmente para distender el diálogo le dije, “bueno, si triunfa la revolución me tienes que salvar”, me mandó un jajaja por whatsapp y me dijo, “¿y si es al revés?”, “por supuesto que te salvo”, le dije.

Este amigo es un socialista sui generis, pues además de socialista es religioso, y polígamo confeso. Entonces tenemos en común que somos cristianos, cada uno a su manera, debo decir. Lo último que me dijo fue: “en realidad la única salida posible es  espiritual”. Grabé sus palabras y antes que nos invadiera el virus decidí escribir algo que nos uniera y no que nos dividiera. Imaginé que Cristo venía a Chile un viernes por la tarde durante el estallido y decidía caminar hacia la plaza de la dignidad. ¿Qué hubiese sucedido? Una escritora me dijo que la gente hubiese pensado que era una estrategia del gobierno para calmar los ánimos. ¿Qué creen que hubiese pasado? ¿Hubiese alcanzado a decir, el que esté libre de pecado lance la primera piedra?

Y entonces llegó el virus y todo cambió. Ahora pensamos en la muerte con más frecuencia. El virus microscópico nos dice que él es el que manda, que todas nuestras aspiraciones, nuestras creencias, nuestro ego, nuestra vanidad, ahora valen  “poco, casi nada”, como dice la canción.

El virus nos hace volver a la pregunta sobre la existencia de Dios, o de un ser supremo, de una energía que cuando quiere nos maneja como a marionetas. En los tiempos de Heráclito lo divino invadía todos los espacios y cambiaba el destino de los mortales a su antojo. Actualmente no se quiere dejar rastro de lo divino. Pero este bichito microscópico nos hace reflexionar. Es el momento de evaluarnos como seres humanos. ¿Hemos dado lo mejor de nosotros? ¿No habría sido mejor hacer esto y no haber hecho eso otro? ¿Qué podríamos hacer para que nuestra vida y la de los demás fuese mejor?

Esperemos que cuando el virus deje de afectarnos no volvamos a lo que estábamos antes que llegara. Y es evidente que nos falta civilidad y educación. Siguiendo el consejo de mi amigo, creo que sería conveniente incluir en la educación media y universitaria, además de la relación del hombre y la naturaleza, estudios comparativos de las creencias espirituales en las distintas culturas, en especial las de los pueblos nativos, y de las culturas milenarios de oriente.

Cantaba Mercedes. “Todo cambia, nada es”. “Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río y en el que se baña”, decía Heráclito.

Columna de Citadini, Cambia todo Cambia

 

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