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Citadini: El Capitalismo Algorítmico Cuarta Parte La Columna de Citadini

Para resumir un tanto la historia debo decir que en poco tiempo había cruzado todas las líneas rojas en cuanto a mi situación financiera; que, digamos, hoy por hoy, en las tierras bajas, suele ser lo más importante. Entonces el agente del banco me mandó llamar. Yo entré a la oficina con la cabeza gacha como un perrito que le teme al amo y no sabe cómo va a ser castigado por sus travesuras. Esta vez lo noté de mal humor. El agente ya no me decía don Citadini, sino Citadini a secas. Me hizo tomar asiento, pero esta vez no me ofreció café ni galletas:

─Citadini, no entiendo lo que ha pasado con sus finanzas. Ya agotó hasta el último peso de su línea de crédito.

─Tiene razón, jefe, he pasado por las de Kiko y Caco.

─¡Pero usted tenía una fortuna enorme!

─Lo que viene fácil se va fácil, como dice el dicho.

─Dígame, ¿qué hizo usted con los últimos pesos?

─Le compré una edición completa a un escritor y la regalé a las escuelas.

─Pero eso está muy mal, Citadini, usted debió invertir su plata en cosas productivas, que le reportaran dinero.

─Es que nos falta cultura, ¿no cree usted? Cultura y educación.

─No me venga con frases cliché, Citadini. El mercado lo arregla todo. No se las debió dar de filántropo; mire en la situación que se encuentra ahora.

─¿Cuál es mi situación ahora, señor?

─Ahora usted debe pagar todo lo que nos debe.

─Y cómo le voy a pagar si no tengo un peso.

─Ah, Citadini, usted cuando ingresó a este banco, y le dimos su tarjeta, firmó muchos papeles que no leyó, ni la letra grande ni la chica.

─Tiene usted razón. ¿Y qué decían esos papeles?

─Usted hipotecó un bien suyo a favor nuestro.

─Pero si yo no tengo bienes.

─A ver, Citadini, cuál es su única posesión, piense un poco.

─Todos tienen lo que yo tengo: agua, sol, tierra, aire.

─Le está faltando algo.

─No me diga, ¡mi águila!

─Exactamente, Citadini, usted hipotecó su águila, ahora nos pertenece, y si usted no paga sus deudas, la vamos a hacer dormir, la embalsaremos y la pondremos en la oficina del gerente general de Parla-Pretty.

─¡No, eso es una locura! ¡No pueden matar a mi águila! Es un atentado a la naturaleza. Los animalistas se van a ir en su contra.

─El capitalismo no le teme a nada, Citadini.

─Y qué puedo hacer entonces para pagar mis deudas.

─Piense usted en algo, use su ingenio.

─¿Podría Parla-Pretty ser mi sponsor, señor? ─pregunté con temor.

─Ja, ja. Mire, vamos al grano, Citadini, ¿cuántos lectores tiene?

─Como un par de miles, creo.

─Muy pocos, demasiado pocos. Nosotros somos pitagóricos, ¿entiende?, en los números está la esencia de las cosas. Sólo cuando llegue al millón de lectores pondremos nuestras fichas en usted.

─Pero en Chile jamás habrá un millón de lectores, justamente por la falta de cultura y educación.

─Bueno, que lo traduzcan al chino o al sánscrito. Y si en esos países consigue un millón de lectores, nosotros ponemos nuestras fichas en usted y hacemos negocios allá.

Lo cierto es que ya me salían las lágrimas. Me imaginaba mi águila embalsamada en la oficina del gerente general. Qué terrible. Me fui entonces de la oficina del agente con el corazón en la mano, y pensé “¿Qué… voy a hacer ahora?”

*Si alguien tiene una idea para que Citadini no pierda su águila y pueda seguir con su columna en este medio informativo, escríbanos a edicionesdelfin@hotmail.com (No aceptamos dineros del narcotráfico).

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