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Cómo Pasar la Censura, Tercera Parte

Es asombroso percatarse que recién a mediados de los años sesenta la mujer en occidente comenzó a ganar espacios que antes les estaban vetados. Tal vez coincidan estas fechas con la contra cultura en Estados Unidos, el hipismo, mayo del 68 en Francia, y otros hitos importantes en la historia reciente. Ahora que el tema del feminismo está en el tapete, uno se ha visto en la necesidad de reflexionar, de acuerdo a la propia experiencia, respecto a las relaciones entre los sexos, desde nuestra infancia en adelante. Las generaciones más antiguas nos educamos en colegios de género; por lo tanto, la aproximación a la mujer estaba condicionada por la cultura machista, por la fantasía erótica, y un sinfín de prejuicios y estereotipos de la mujer como objeto sexual. Recuerdo de niño haber escuchado, “mi madre es una santa, todas las demás son prostitutas”, o “ni a la madre, ni a la hermana, todas las demás a la fila”. Ese era el tenor de los diálogos informales. Recuerdo también haber caído en batallas de descalificaciones en relación a las mujeres de las familias. Era muy fuerte llegar a eso. Aún hoy he escuchado a niños hablar mal de las madres de sus compañeros, quizás en un tono de menos carga afectiva. Entonces, es sin dudas positivo que se haya llegado a este momento en la historia para que podamos tomar conciencia y evolucionar en lo que respecta a la mujer, sus derechos y su papel en la sociedad.

Volviendo a lo que nos convoca en estos artículos, leí hace poco una entrevista a una famosa actriz francesa de mediados del siglo pasado en adelante. Ella tocó un tema relacionado con estas reflexiones. Dijo, refiriéndose al arte y la literatura: “La cultura es indómita, es completamente libre, cualquier intento de encasillarla es lavado de cerebro”. Que estas palabras vinieran de una mujer es muy significativo, pues prueba que hay mujeres que están en desacuerdo con un feminismo radical que quiere condicionar de alguna manera la cultura. Se imaginan ustedes que a Rubens le hubiesen dicho, “no las puedes pintar tan gordas”, o a Picasso, “tus pinturas son demasiado sexistas”, o si el Papa Julio II, mirando hacia arriba en la Capilla Sixtina, le hubiese dicho a Miguel Ángel, “no me gusta como están quedando tus pinturitas”. Capaz que al pintor y escultor le hubiesen dado ganas de tirarle los pinceles en la cabeza al pontífice.

Ahora vamos al desenlace de nuestra plática con el escritor. Entonces le dije:

—¿Qué es eso de campeona de natación?

Él me atacó.

—Tú no entiendes nada, Citadini, eres un anacoreta huraño que le falta calle — luego continuó—. Supiste que en España quieren prohibir los libros de Neruda, y aquí en Chile ya tumbaron a un escritor; hurgaron en sus libros de hace veinte años y encontraron huellas de homofobia, machismo y sexismo; lo hicieron picadillo. Citadini, ¿qué pasaría si llegásemos a un estado totalitario de feminismo extremo? ¿Si nos gobernara una “Gran Hermana”, y nos obligara a quemar todo los escritos que tengan el mínimo rastro de sexismo, machismo, misoginia y esas cosas?  ¿Te imaginas que construyan unas barracas en la isla Lenox y nos manden al Gulag austral?

—Estás exagerando —le advertí.

—No exagero, de verdad tengo miedo. ¿Y quién podrá ayudarme en una situación como esa?

—Bueno, calma, yo le diré a mi águila que te proteja mientras pasa esta ola de feminismo radical. Aunque te digo una cosa, mí águila también escribe, está participando en ese mismo concurso y te va a ganar, ¿sabes por qué?

—No tengo la menor idea.

—Porque ella es una feminista 2.0.

La Columna de Citadini

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