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El Aleph chileno de Borges

Existe un interesante ensayo del escritor Augusto Monterroso que propone la siguiente teoría: el origen del cuento El Aleph de Jorge Luis Borges se encontraría en ciertas zonas misteriosas e históricas de nuestro país, ni más ni menos que en algunos versos del poema La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (España, 1533-1594). Aquel poeta que cierto día se descubre escribiendo octavas reales inspirado en la epopeya que le significó la reconquista de los araucanos, donde como es de esperar, aprendió a matar, a admirar y también a amar a esta raza llena de coraje y valentía. Estamos hablando del año 1555 y en los 18 meses que dura la hazaña lo más rescatable de su paso por dichos lares es aquel intenso poema compuesto por 2.633 octavas reales, en donde la mitad se asemeja a la fantasía y la otra mitad sea acaso real. Sin embargo, a juicio de Monterroso y otros intelectuales aquella obra está más bien compuesta de ripios, prosaísmos y planicies que provocan cierta falta de entusiasmo al momento de proponer una lectura. Eso sí, debemos admitir que aquella obra se asemeja a una especie de monumento nacional, e incluso el mismísimo Pablo Neruda solía escuchar -en su casa de Santiago- extensos pasajes del poema en voz de algún invitado cuando la ocasión lo ameritaba. Por su parte, don Alonso de Ercilla y Zúñiga gracias esta hazaña literaria obtuvo fama y gloria y el gran Cervantes la elogió dedicándole una octava real con fineza y estética a la altura de los grandes.

Y se de encontrar curiosidades se trata, se descubre en ciertos pasajes lo que anticipamos en el título; la versión chilena del Aleph borgeano. Leamos:

“Ves a Burgos, Logroño y a Pamplona; / y bajando al poniente, a la siniestra /

Zaragoza, Valencia, Barcelona; / a León, y a Galicia de la diestra.

Ves la ciudad famosa de Lisbona, / Coímbra y Salamanca,  que se muestra /

Felice en todas ciencias, do solía / enseñarte también nigromancia.

Mira los despoblados arenosos / de la desierta y seca Libia ardiente;

Garamanta y los pueblos calurosos, / donde habita la bruta y negra gente;

Mira los trogloditas belicosos / y los que baña Gambra en su corriente:

Mandingos, monicongos y los feos / zapes, biafras, gelofos y guineos”.

 

Con respecto al Aleph de Borges, rememoremos lo que acontece ante la atónita mirada del poeta Carlos Argentino Daneri, descubridor del misterioso objeto:

“…Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres)… vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó… vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho… vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte… vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.

Acaso la principal diferencia entre ambos Aleph sea su tamaño (el de Alonso de Ercilla y Zúñiga “es una gran poma milagrosa” la de Borges “es una pequeña esfera tornasolada”). Sin embargo el efecto que provocan es de inmensidad, como abarcando tiempo y espacio, abrazando al universo, comprimiéndolo y a la vez digiriendo cada una de sus moléculas.

En el postdata del cuento, Borges nos clara lo siguiente: “Por increíble que parezca, yo creo que hay (que hubo) otro Aleph”.

¿Se refiere el genio a La Araucana? Por ahora nadie lo sabe, de tal manera que tendremos que esperar trescientos o cuatrocientos años más, cuando un nuevo Alonso de Ercilla y quizás otro Borges, redescubran la frecuencia de aquel objeto misterioso, lo escriban, y aguarden en el tiempo las consabidas consecuencias literarias.

 

Marco López Aballay 

-Escritor-

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