Aconcagua al Día
La verdad a diario

- Publicidad -

- Publicidad -

La leyenda del perro amarillo

Existe un puente comunicativo entre las artes en general, acaso un grito del espíritu que de vez en cuando señala surcos alternativos ante el materialismo y la excesiva vida de consumo. En ese sentido es bueno agudizar el oído espiritual para buscar el camino del arte que más nos acomode (ya sea para disfrutar una exposición de pintura, grabado o fotografía, un libro, una película, un concierto de música o una obra de teatro). Una de las artes que se unen por códigos personales y símbolos universales es, según mi opinión, el de la literatura con el cine. Efectivamente, en estos días han deambulado en mi cabeza, escenas de una película que disfruté hace un par de años.

La historia, cuyo título –La leyenda del perro amarillo- es la siguiente: en la precordillera de Mongolia, convive una familia nómada en plena temporada de verano, cuya estación del año es la más adecuada para mantener su crianza de ovejas. Los protagonistas de dicha familia son cuatro; los padres y sus dos hijos. En esta verdadera travesía de sentimientos y aprendizaje de vida, se verán enfrentados al conflicto que suscita la aparición de un perro cachorro, ya que aquél (llamado Sochor) entabla amistad con Nansaal (la hija mayor de seis años de edad). En algún minuto su padre se da cuenta de la peligrosidad del animal, ya que aquel podría atraer a los pumas salvajes que pululan en el territorio, desencadenando una tragedia mayor para su rebaño, y ordena a su hija deshacerse de él. Por supuesto Nansaal desobedece y hará lo imposible por preservar la amistad y por consiguiente, su felicidad y la de Sochor.

Dicha trama se intensifica gracias a la agudeza y precisión de la directora de cine, Byambasuren Davaa, quien agrega tomas fotográficas de distintos ángulos, melodías de fondo, colores grises en tono azulado (lo que nos recuerda los poemas de Georg Trakl, por ejemplo) y movimientos de cámara que otorgan dramatismo e intensidad a la historia trazada.

Otro factor interesante es el modo de comunicarse de los personajes. En general los diálogos son breves, aparentemente básicos y sencillos, pero de una profundidad y contenido que conmueve. De esa manera vislumbramos un factor clave en la existencia de la cultura oriental: su lenguaje o forma de comunicación (justa y precisa) es un elemento vital que los guiará a su destino.

A medida que la historia transcurre nos vemos enfrentados a valores universales como la amistad, amor, lealtad, familia, subsistencia y fe. Así también, la sabiduría oriental juega un preponderante rol cuando de aprender lecciones se trata. A modo de ejemplo tenemos la siguiente escena: una anciana le muestra a la pequeña Nansaal unos granos de arroz y le ordena arrojarlos sobre una aguja; el resultado es que ningún grano queda enganchado: la lección es, por decir lo menos, sorprendente; volver a la vida es tanto o más difícil como enganchar un grano de arroz; las posibilidades son mínimas (una entre millones).

Otra escena es la que acontece con el hijo menor, cuando juega y se divierte con la figura de Buda; Nansaal le arrebata de sus manos el objeto sagrado: del cuidado de esa imagen depende el destino familiar, pero a la vez, de todo el universo viviente. Dichas escenas justifican el modo de comportamiento de los orientales y sus creencias: El paso por la Tierra se repite una y otra vez hasta que aprendamos las lecciones y estemos preparados para caminar por dimensiones superiores.

El final de esta historia la dejaremos a la imaginación del lector, ya que recomendamos a todas luces ver y disfrutar esta película (ganadora a la Mejor Dirección: Festival de Munich, Mejor Film Joven: German Film Festival, Premio Signis: Festival de San Sebastián).

Pero el mejor premio a este film es reconocer en él una lección de amor; el motor que guía a la humanidad hacia la luz universal.

 

Marco López Aballay  -Escritor-

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.