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Los calzones de Izkia Siches

La flamante ministra del Interior ha tenido hoy una participación protagónica en el ya eterno y aburridor western de La Araucanía. Su literal bautizo de fuego, sin lugar a dudas. Cincuenta balazos al aire y dos vehículos en llamas en Quechereguas, a pocos kilómetros de Ercilla, detuvieron la caravana estatal que encabezaba, obligándola a dar presurosa marcha atrás. Izkia Siches
La cara más visible del nuevo gobierno feminista, curada de espanto, pudo haber tomado el primer avión para retornar a su confortable oficina ministerial. Pudo también culpar del ataque al patotero patriarcado indigenista o ultraderechista, que aún campea en los pueblos y territorios sureños. Pero nada de eso ocurrió. A las pocas horas del infausto sucedido, la vimos conversando afablemente con el padre de Camilo Catrillanca y contestando, sin secuelas de estrés postraumático, las preguntas de la prensa. ¿Qué hubieran dicho sobre esta emboscada Chadwick, Burgos, Aleuy, Harboe y toda esa manga de sujetos atrabiliarios que manejaron a su pinta y amaño la seguridad nacional?
El hecho se tomó las pantallas y las RRSS y nos liberó, por unas horas, de los horrores rusos y ucranianos para dejarnos ante nuestra propia irresuelta guerra interna. El primer día hábil de la administración de Boric no fue, claro está, una beatífica taza de leche, sino más bien una quemante chupilca del diablo. Y la derecha barbárica y sus secuaces, era que no, aprovecharon de hacer gárgaras contra la violencia que ellos mismos han ayudado a instalar y mantener.
¿Se equivocó Siches al intentar ingresar al Lof Autónomo de Temucuicui? ¿Fue mal asesorada, dejándose llevar por un entusiasmo mesiánico y voluntarista? ¿Hizo caso omiso de los ancestrales protocolos mapuches para este tipo de reuniones? ¿Improvisó burdamente lo que debía ser una delicada operación diplomática en medio de un polvorín? Seguramente se regarán litros de tinta y de saliva para responder estas preguntas, aunque, a mi juicio, la ministra hizo lo que ningún alto representante del Estado –salvo Francisco Huenchumilla– quiso o pudo hacer.
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Provista tal vez de un coraje o una ingenuidad temeraria, intentó ni más ni menos que dar la cara ante una comunidad y un territorio acorralados por la mala prensa, la represión, las forestales, la erosión, la falta de agua y la pobreza extrema. Sólo con ese gesto, esta doctora medio aimara, con ojos achinados, crecida en Maipú, educada en un colegio picante que nadie conoce, tuvo más calzones que las autoridades que se jactan -matiné, vermú y noche-, de llevar muy bien puestos sus varoniles bóxer y pantalones. Izkia Siches
Jaime Huenún Villa Poeta y escritor mapuche williche                      Jaime Huenún Villa
                                             Poeta y escritor mapuche williche

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