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¿Populismo o resistencia?: el humor en tiempos de crisis

El domingo recién pasado el humorista Stefan Kramer sorprendió al público del Festival de Viña del Mar con una rutina que llevó al escenario los símbolos de la protesta en Chile. Para los expertos esto no es casual, sino que responde a cómo la comedia, históricamente, ha escarbado en temas incómodos para las élites.

“Si están indignados, ¿por qué se ríen tanto?”. Con esta pregunta, el investigador español Eduardo Romanos abría uno de sus análisis sobre el humor en el marco del movimiento ciudadano 15M que se levantó en España durante 2011, en rechazo a la clase política que era percibida como un aliado más del poder económico.

En ese contexto, el académico de la Universidad de Complutense de Madrid sostuvo que las jornadas de protestas habían revelado un cambio generacional y que en dicha transformación el humor había visibilizado cada una de las demandas ciudadanas.

“El reconocimiento de las ambivalencias e inseguridades a través del humor puede ser un elemento más que lo diferencia de movimientos pasados más ‘serios’”, reflexionó, añadiendo que el fenómeno evidenció una nueva identidad política, que nada tenía que ver con la derecha o la izquierda tradicional.

Al final, el estudio concluyó que los tiempos habían cambiado y que lo cómico también debía ser considerado a la hora de analizar las recientes crisis sociales.

En Chile, el movimiento social que inició el 18 de octubre también develó este componente: si por un lado los muros de la ciudad se impregnaron de consignas, por otro, surgieron pancartas y personajes que, paulatinamente, se transformaron, desde el humor, en símbolos de protesta.

Este fenómeno fue aún más resaltado cuando escaló a los escenarios del Festival de Viña del Mar, siendo Stefan Kramer uno de los humoristas que hizo propio el discurso de la calle, ironizando sobre el Presidente Sebastián Piñera y sobre ministros como Marcela Cubillos y Karla Rubilar.

Izquierda y derecha fueron salpicados en esa rutina que, paralelamente, fue premiada por el público y criticada por el oficialismo.

“La imitación me da lo mismo, pero sí me llama la atención la apología que al final termina haciendo de la primera línea y la violencia, cuando hay tantas víctimas que sufrieron la violencia en Viña del Mar, eso es lo único que condeno”, dijo la ministra Cubillos.

¿Populismo o resistencia?  

La rutina de Kramer también abrió la puerta para reflexionar respecto de cuánto populismo existe detrás de aquellas intervenciones humorísticas que dialogan con el contexto político del país.

Para Andrés Mendiburo, director del Laboratorio y Observatorio de lo Cómico UNAB, todo depende del contexto y cómo se aborda el tema. “Hoy sería muy poco inteligente que los humoristas eludieran la realidad política, porque, evidentemente, hay un impacto en las cosas que hacen”, dijo, comentando que el humor bien puede transformarse en un mecanismo de defensa respecto de un adversario.

“Ahora, ¿qué hizo Kramer? Se presentó en un escenario donde está el alto estatus, donde está esta cosa de la gran fiesta, donde está esta cosa media cuicoide, y atacó al gran estatus. Y, ¿quiénes son las personas que están en la galería y que van a ver el espectáculo? Probablemente, el bajo estatus. Por eso es gracioso reírse de los empresarios, porque estás atacando a una persona a la cual difícilmente vas a atacar de otra forma. Esto causa que las personas de bajo estatus se sientan representadas, entendidas, queridas y que están participando del ataque”, comentó el investigador.

Para la comediante Su Opazo, no obstante, cualquier tipo de posición es política, incluso las omisiones. De acuerdo a ello, comentó que “es conveniente que los comediantes sean honestos con su público”.

“Suena más respetable que defina su punto antes de vender ‘gato por liebre’. Hoy la audiencia está exigiendo un poco más y lo bonito de cuando se presenta Kramer es que es una comedia que está políticamente situada. Él se atreve a decir con todas sus letras: ‘esto es lo que quiero contar’. Se hizo cargo de los últimos cuatro meses de nuestra historia política, puso imágenes que estaban prohibidas por la producción. Eso es situarse con cierta honestidad”, comentó.

Aun así, para la comediante existe otro punto: cómo el humor puede transformarse en un espacio de resistencia respecto de las demandas ciudadanas. “El comediante tiene la labor de ir más allá de lo obvio y el sentido común para que nos sorprendamos con la vida que estamos viviendo”, puntualizó.

“La tristeza nos puede llevar a la inmovilidad y creo que la alegría, al contrario, es algo que nos despierta y nos motiva. Tal como dice Radrigán, la risa debiera ser el último recurso de los desesperados y a veces cuando ya estamos en ese enojo, la risa puede ser una forma de sobreponernos a esas situaciones y movilizar nuestra energía. En ese sentido, no nos estamos riendo de que el mundo sea feliz, nos estamos riendo de que el mundo es un absurdo que no podemos comprender y que nos duele. Es una forma de movilizar ideas, de despertar. Es necesario”, recalcó.

Transformaciones en el discurso y la audiencia  

El humor político es algo que ha estado en la historia de la humanidad desde siempre: las referencias se remontan a textos como El Banquete de Platón. En Chile, en tanto, la revista Topase, desde 1931 marcó el género con un esclarecedor subtítulo: “el barómetro de la política chilena”.

Así, en dictadura, el caso más recordado fue el de Manolo González, quien en 1978 fue censurado durante la transmisión de su rutina en el Festival de Viña del Mar. ¿Las razones? Una imitación del dictador.

De acuerdo a ello, para Matías Hermosilla, historiador del humor, “la comedia siempre ha tenido una relación cercana con la política”. “En la Edad Media siempre se habla mucho del bufón, pero hay que pensar en un personaje como el trovador, el músico de Corte que utilizaba la comedia como un elemento de herramienta política”, repasó.

“Ahora, hay que pensar que la protesta lleva al humor a las calles. Esa resignificación política tiene quizás su herencia en la Unidad Popular. Hoy, lo que es novedoso es que, pese a este trauma dictatorial, la gente se apropia del espacio callejero de la mano del humor que es como una herramienta, un arma de visibilización de conflictos”, comentó.

En esa línea, el investigador comentó que ni la audiencia ni el humor cambia completamente. Lo que transmuta es “la moralidad” y los espacios de recepción de lo cómico. “El argumento de que ya no se puede reír de nada es un argumento de flojera, de no querer conectar con diferentes audiencias. Entonces, ahí hay una simbología interesante de que existe una sociedad que está cambiando sus cánones de comedia y que es cada vez más masiva”, explicó. 

A este escenario debe sumarse el impacto que ha tenido Internet con su abanico de redes sociales. Es decir, el humor hoy se vislumbra como un discurso en transformación, capaz de expandirse de forma insospechada y dispuesta a continuar incomodando, tal como lo ha sido a lo largo de toda su historia, a la clase política.

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