En los últimos tiempos, he sentido una creciente decepción hacia la gestión de nuestras autoridades regionales, en particular hacia aquel gobernador que, con una retórica beligerante y promesas vacías, parece haber hecho suyo un lema antagónico: «una cosa es lo que se dice, y otra lo que se hace». La crisis del agua en nuestras comunas se ha convertido en un campo de batalla donde las palabras son el principal armamento, utilizado por algunos para ganar un puñado de votos, sin la más mínima intención de abordar realmente el problema.
Prefiero escuchar a un actor como Felipe Ríos, quien, desde su plataforma, muestra una clara preocupación por el bienestar de la comunidad, a un gobernador que oscila entre el “no” y el “sí” en cuestiones cruciales. Durante su campaña, este mandatario se presentó como un salvador, prometiendo proteger a la comunidad entre otras cosas de las desaladoras, una decisión que, aunque aplaudida por algunos, carece de un análisis profundo sobre las verdaderas necesidades hídricas de la región.
Curiosamente, al dar un salto hacia Aconcagua, donde los ciudadanos se enfrentan a la dura realidad de la sequía, su postura se ha transformado. Ahora, apoya sin dudar la instalación de desaladoras, mostrando una alarmante falta de coherencia. Este cambio de discurso no solo es desconcertante, sino que plantea interrogantes sobre la sinceridad de sus promesas y la real intención detrás de cada decisión.
La falta de propuestas innovadoras y un claro plan de desarrollo regional son aún más alarmantes. Desde que asumió el cargo, el gobernador ha profundizado la problemática del agua a través del uso exclusivo de camiones aljibes, un paliativo que a la larga jamás solucionará la sequía que nos azota. La gestión del agua requiere de una visión de largo plazo, no de medidas temporales que solo sirven para calmar temporalmente la angustia de los ciudadanos.
Además, su tendencia a denostar a todos los partidos políticos ha creado un ambiente de desconfianza y rivalidad que obstruye la cooperación necesaria para abordar los desafíos que enfrentamos. Ahora, cuando se siente acorralado y necesita de estos mismos partidos para sostener su gobierno, presenta un giro inesperado en su estrategia: inicia las llamadas “ofertones”, como si el apoyo político se pudiera conseguir a través de promesas vacías y encanto temporal.
Este comportamiento no solo es desconcertante, es profundamente decepcionante. Los ciudadanos merecen una dirección clara, transparente y sincera, que trabaje verdaderamente por el futuro de nuestras comunidades y no por mantener un juego político que sólo beneficia a unos pocos. La crisis del agua es demasiado importante para ser utilizada como una herramienta de campaña.
Si hay algo que nos ha enseñado esta crisis es que necesitamos líderes comprometidos, verdaderos constructores de futuro, que escuchen y actúen. Felipe Ríos, en su tránsito por el arte, parece tener más claro el compromiso social que muchos políticos que sólo hablan para “la galería”. Es hora de que nuestras autoridades se alineen con la realidad, porque la gente ya está cansada de la hipocresía y las promesas vacías. La gestión del agua debe ser una prioridad, no una herramienta de manipulación electoral.