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Posverdad, fake news, y otras yerbas

El reciente libro del historiador Yuval Noah Harari nos dice, entre otras cosas, que el Homo sapiens conquistó el planeta gracias sobre todo a la capacidad distintivamente humana de crear y difundir ficciones. Según él, ya desde la Edad de Piedra, los mitos que se refuerzan a sí mismos han servido para unir a los colectivos humanos. De modo que no es correcto culpar a Facebook, Trump o Putin por esta era de las noticias falsas. Durante milenios, muchas de las cosas que pasaban por “noticias” y “hechos” en las redes sociales humanas eran relatos de milagros, ángeles, demonios y brujas, con valientes periodistas que informaban en vivo y en directo desde los pozos más profundos del inframundo, dice el autor. En sintonía con su pensamiento, recuerdo haber leído en las Historias de Heródoto que en un país lejano existían hombres con patas de cabra.

Es como si los seres humanos necesitáramos creer en ficciones, o en cuestiones trascendentes que nos ayuden a adaptarnos a la incierta vida. Desde la tierna infancia nos contaban cuentos para que nos quedásemos dormidos, o nos cantaban canciones de cuna. Es como si las ficciones fuesen un tipo de nutrición espiritual. Pensemos en el Sultán de las Mil y una noches, quien exigía un cuento a Sherezade cada noche. En realidad el cuento oral es nuestro género de ficción más antiguo, y la leyenda dice —difícil probarlo— que quien contaba un cuento malo a la orilla del fuego le llegaba un mazazo en la cabeza.

Debido a nuestra inclinación por la ficción, también en el mundo proliferan los contadores de historias, sanadores, gurúes, algunos genuinos y otros chantas de todo tipo. Hoy por hoy, siglo XXI, en la radio se anuncian tipos con poderes ancestrales, machis y chamanes capaces de hacer los milagros más increíbles. Estos cuenteros se van adaptando a los tiempos. Escuché en una radio un aviso que decía: “realizamos uniones especiales para personas del mismo sexo”, “no va a ser fácil, pero no será imposible”.

El poder político también necesita ficciones, por algo se habla hoy del relato o la falta de relato. Harari pone como ejemplo al imperio romano. A los emperadores, el senado, por su poder, los convertía en dioses, y después esperaba que los súbditos del imperio adoraran a estos dioses, ¿no es esto ficción?, pregunta el historiador. Bueno, ese cuento duró casi mil años. Por su parte, en la historia moderna, el emperador Hirohito, confesó ante sus súbditos que su condición divina era falsa. Muchos seguramente pensaron: “por qué no nos dijo antes”.

Así hay tantos cuentos del poder político. Fidel les contó a los cubanos el mismo cuento por cincuenta años. Les dijo, aprieten el cinturón que este cuento es largo y requiere sacrificios. Las palabras claves eran: revolución, socialismo, comunismo, imperialismo y pueblo. Los tenía horas y horas, escuchando el mismo relato, pero con harta  salsa. Eran un vendedor de pomada genial. Sin embargo, el final de su cuento fue muy malo, yo diría macabro. Al final les dijo: “El sistema no funciona”. Algunos creen ese cuento hasta hoy. Claro que muchos se aburrieron del cuento y cruzaron el mar, rezando para que no se los comieran los tiburones. Pinochet no tenía mucha gracia para contar cuentos, pero le duró 17 años la historia. Las palabras claves eras. Los señores políticos, marxismo-leninismo, y dictablanda. Mario Moreno Maduro sí que es malo contando historias. ¿Han visto la cara que tienen los que escuchan ese cuento? No sé qué podría estar pensando esos colaboradores suyos cuando escuchan el cuento. Algo así como, “Y pensar que tenemos que escuchar las cabezas de pesca’o de este papasnata”. “Todo sea por el petro”. Dicen que ya van más de dos millones que no quieren escuchar más el cuento y emigran. Ni él entiende lo que está diciendo, se ayuda con las manos, hace unas cabriolas que nadie puede descifrar. Para colmo en uno de sus capítulos dijo: “¡El sistema fra-ca-só!”, fracasó, pero no me voy, el cuento no ha terminado.

La Columna de Citadini

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